domingo, 6 de noviembre de 2011

Difícil recordar el paso de los años

  •  Era extraño ya. Se hacía más difícil celebrar el aniversario que recordarlo. J. sabía que ésta podía ser su última velada para volver a hacerla mujer, si es que una mujer se puede hacer y deshacer. Llevaba en el cuerpo tres pastillas azules y los minutos suficientes como para notar una pequeña iniciativa carnal desconocida, no tanto por novedosa sino por olvidada. Aprender es recordar, pensaba J., aprender es recordar. 
  • Las velas, dos, estaban enfrentadas delante de los comensales. K. estaba radiante, como acostumbraba en este tipo de citas. Intachable. El rito se repetía cada año, puntualmente. Cada vez con más frecuencia, le parecía a K. Acudía temprano a la peluquería y buscaba alguna excusa para no comer en casa. Los primeros años, cuando volvía a la hora del café le esperaban unas flores o una carta o cierto amor escondido entre las sábanas. Con el tiempo, J. le fue dando menos importancia y ya no pedía el día libre aunque argumentaba que no se lo daban porque ya no le salía rentable a la empresa y le hacían la vida cada vez más difícil. K. no comprendía bien a qué se refería con una vida más difícil. Le fallaba el término comparativo: no podía ser más difícil que la que cargaban los dos todas las noches. Aquella que cargaban también al despertar, al ir a la compra o al leer el periódico. Después se pasaba la tarde delante del espejo probando el nuevo maquillaje, echándose cremas y vistiendo y desvistiendo su cuerpo, que conservaba aún una forma estilizada.
  • Para la cena no había un patrón fijo. K. recordaba, sin nostalgia alguna, aquellas jornadas en las que echaban marcha atrás con la puerta de la casa abierta y se recluían sin cenar en aquella habitación practicando (redescubriendo) el rito de la intimidad. Si preguntásemos a J. probablemente hablaría de reservas en pequeños hoteles con menos encanto del anunciado y de delicadas cenas en varios de los restaurantes más elegantes de la ciudad. Esta vez fueron al restaurante donde se conocieron. Fue una cena agradable, salvo por el silencio que reinaba entre los dos. No es que no quisieran hablar o que no supiesen amoldarse al silencio del otro, simplemente, se comunicaban que no sabían comunicarse. No era tan incómodo como resultaría a cualquier otra pareja.
  • De vuelta a la casa, con la noche entrada ya en su misticismo, teníamos a J. con aquella iniciativa debida a los estupefacientes y a K. con una cierta disposición a entregarse y a saciar la anómala necesidad de su pareja. K. no disfrutaba ya del hecho, de la consumación del amor sino de la rutina, del recuerdo de la repetición. No es que sintiese un intenso placer en el orgasmo (si es que no lo fingía) sino que volvían a la mente momentos de confianza, de alegría y de seguridad en esos instantes donde innovar era decepcionar y repetirlo todo, paso a paso, era acertar pues se vivía la ficción de tiempos mejores.
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  • J. recordaba las últimas palabras de su madre. Tenía dieciséis años. No adelantes, L., que es peligroso. No recordaba mucho más. Era mucho más intenso en su mente aquel recuerdo que en el hospital cuando le acercaron la cama de K. a la suya y el doctor comentó:  
                 - Vuestro padre murió en el acto. Vuestra madre murió aquí, no se pudo hacer nada. 
  • No olvidarían muchos años después a los tres psicólogos que escoltaban al doctor esperando que gritaran o cayeran o lloraran abrazados. Aquello no ocurrió así. Se dieron la mano y asintieron. Cuando les dejaron a solas J. le dijo a su hermana que él le cuidaría, que nunca le dejaría sola, que él no pensaba adelantar a nadie. K. tenía 12 años.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Quería comprarme una pluma para pintarme una jeringuilla

 El otro día se me cayó mi pluma al suelo. Es una pluma bonita (5.25 €), hortera (rosa) y a la que tengo mucho cariño (una semana de cariño). Como comprenderéis, porque cualquiera entiende a la gravedad, la pluma se estrelló contra el suelo y se deformó. Ahora tengo una pluma bonita, hortera y a la que tengo mucho cariño porque es deforme.

 Y hoy es un día triste porque he ido a comprarme una nueva pluma intentando que fuese lo más parecida a la anterior. Me he sentido como a aquél que se le muere su perro, su mejor amigo, y va a comprarse uno diciéndole a todo el mundo que así tiene a alguien que le haga compañía. Pero él sabe, yo sé, tú sabes, nosotros, ellos, TODOS saben que lo que quiere es uno que haga exactamente lo mismo que el anterior. Sit! y se sienta. Shit! eso no es tan fácil.

 Así que he ido a la papelería a comprarme una pluma para pintarme una jeringuilla en el corazón, unas tijeras en las venas y un pene muy cerca del pezón. Y he preguntado por una pluma para pintar. De escribir. Pero no me han hecho caso porque una señora quería un libro de una tal Ybarra, de poemas, que lo leyó en un suplemento. Pero en una papelería sólo tienen novelas y libros para adelgazar. Y las dependientas le  han dicho que de poesía sólo han tenido a Gloria Fuertes y que ya ni eso. Y era tan gracioso que las dependientas rieron; mientras yo buscaba una pluma para pintarme una jeringuilla; mientras la señora preguntaba si entonces lo podía encargar. Finalmente despidieron a la señora diciéndole que estaba hecho el pedido y que en un par de días se pasara que le confirmarían si se lo podían conseguir.

 Cuando se cansaron de reír y de desatenderme, me atendieron. Me sacaron todas las plumas de la tienda, que no eran más de seis. Eran cinco. Cuatro de veinte euros y una de cuatro euros y setenta céntimos. Pero yo no podía dibujar mi umbría pena con una pluma de veinte euros (porque sólo llevaba once) y comprarme una pluma más barata que la recién deformada me parecía de un cinismo inadmisible. Conforme hacía tiempo pensando en si irme directamente o seguir haciendo como que tenían una gran gama de plumas donde elegir, las dependientas se pusieron a hablar de que no le iban a encargar el libro, que era poesía y encima sólo nueve euros. Y no es por el precio decían.

 Entonces acabé por comprarme un bote de tinta negra, de un negro muy muy negro para tatuarme con mi pluma deformada unas tijeras en el corazón o un poema en mi pezón.

martes, 17 de mayo de 2011

Quique González, Revolución y mi-amigo-píter

 "Cuando pienso en 'Salitre 48' no pienso en una calle; pienso en una playa, en carreteras secundarias, en un hotel de Conil de la Frontera, en un par de botas sucias, en puentes que se cruzan en ambos sentidos, en un café en el puerto de Mahón, en un ron con coca-cola en el 'Wild Thing', en una bandada de gaviotas en la costa del norte, pienso en primavera, pienso en un otoño de párpados caídos, en un libro de poemas de Bukowski, en un atardecer en Porto Colom, en una colección de lunas llenas, en una verbena de barrio, pienso en mis amigos y en Violeta, en un verso de García Montero que dice "vivir es ir doblando las banderas". Pienso en bailarinas, en camareras, en peluqueras, en agentes de policía, en cantantes de orquesta, en Susan Sarandon en la última escena de 'Atlantic City', en Darío Grandineti en 'El lado oscuro del corazón', pienso en septiembre, pienso en hierba, en olivos, en lolitas de extrarradio, en pájaros mojados, en clubs destartalados, en una estación de tren. Pienso en sesión de madrugada, en viernes por la noche, en una montaña rusa, en ropa interior tendida al sol, en aviones que despegan, en Madrid amaneciendo tras una noche de copas, o caminando por una Barcelona solitaria el día de Navidad. Pienso en un billete de ida a la ciudad del viento, en el sol entrando por la ventana de una casa desvencijada por los ladrones, en un piano tocado con dedos de cemento mientras afuera pasa el Carnaval. Cuando pienso en 'Salitre 48' oigo tus pasos subiendo la escalera de madera, cruzar el pasillo, llamar a la puerta, entrar en casa..." 
Quique González 



Joder, tengo ganas de contar algo. Esto no me suele pasar pero no dejaré pasar la oportunidad por inusual. De todas  formas, uno no puede (ni muchas veces, debe) contar lo que quiere y acaba escribiendo lo que puede.

 Primero, la revolución. La revolución es muy bonita y la entendemos todos. Hay un dictador muy malo que el pueblo no quiere y entonces este grupo heterogéneo sale a la calle y dice que no le quiere. Si estamos en el siglo veintiuno pues también tenemos mujeres en la calle y los medios se mueren por sacarlas en sus cámaras más caras que la renta per cápita en ese deslocalizado país de la geografía política. Esta es una teoría, nivel A. Si llegamos un paso más pues quizá se dé el caso de que, aunque el dictador es feo y tonto y tiene un harén pues es posible que no todo el pueblo esté en contra (Y todo lo demáaas, y todo lo demás no importaaa) porque a alguien le tiene que ir bien y entonces a otros países les viene bien que ya no esté ese dictador. Claro coño, este nivel también lo pillamos todos.

 Yo, que debo ser algo tonto (si alguien supiera que estoy citando a Gabriel Celaya yo parecería más tonti-culto), entonces me pierdo y me repierdo en el siguiente paso que llega cuando trasladamos ese escenario de pobreza, opresión y violencia a España, es decir, Madrid, es decir, mi casa. Y no entiendo nada. Mi conocido pasa a convertirse en mi amigo y lo veo por la tele en las noticias de todos los canales (no te creas). Pienso pues, pero si es mi-amigo-piter, mírale qué bien habla aunque todavía no ha aprendido a hacer la p con la r sin parecer un gangoso. Esto está bien y hacen las noticias más interesantes porque además Strauss-Kahn tiene un nombre de malo de Disney y me cago en su puta madre, qué cerdo, pudiendo violar a una niña... va y viola a una camarera. Y falla. 

Al tema, que ahí no veo revolución, que aquí no puede haberla porque es mi-puto-amigo-píter (ayer quemé mi casa con discos de Bob Dylan), el mismo con el que estuve la semana pasada viendo como su vida se reducía a los porros de los viernes y los sábados (porque no le da para más) y al que Yeats, Juan Ramón Jiménez y Bécquer (ya, no tenías buen gusto, qué se le va a hacer) dejaron de interesar porque ya esas cosas no tenían gracia. Mi-amigo-píter se aburre porque no tiene familia pero tiene amigos y tiene internet así que pasan tuentieventos para encontrar a más amigos que se aburran. Todo este grupo heterogéneo (hoy noooo, hoy no me detendrán) decide reunirse en un mismo sitio. En un mismo sitio en cada ciudad. Y lo llaman manifestación. Se lo pasan bien, rompen cosas y es muy divertido porque va la tele. Al día siguiente, algún cerebro del más alto estrato dentro del grupo decide que por qué no una de acampada en la calle, de vivaq. Y así esto no se lo copiamos a los africanos, esta idea es más nuestra (porque se la copiamos a otros que ya están viejos).

 Este relato de los hechos totalmente imparcial y objetivo (venga, no jodas), bueno, pues parcial y objetivo (gracias) es claro y hasta aquí lo entiende incluso la materia gris que se oculta en la uña del meñique de mi pie (me sobran motivos, pero me faltas tú sobre la cama). Lo que yo no entiendo, que debo ser algo tonto, es dónde está eso que llaman ahora revolución o qué es eso de democracia real (y encima, ya... lo quiero y lo quiero YA) o quién dice que este grupo es la nueva izquierda... Que la sociedad está cansada de los políticos está claro, de ahí que Berlusconi siga siendo el italiano número uno, pero, ¿quién se inventa todos estos términos? Y razonamiento de nivel b: ¿a quién le interesa esta revolución de pacotilla?(no hay nadie que se atreva a salir). Yo no lo sé, pero mi-amigo-píter tiene sus minutos de gloria y el tuenti lleno de fotos a lo CR7 con los micrófonos y muchas visitas. Dicen que te vas a hacer twitter.

 Yo quería decir, más o menos, otra cosa que no era ésta. Pero no sé hacerlo. También iba a hablar de Quique González mientras escuchaba el homenaje a Salitre 48 en radio3 o he estado tentado a hablar de mí y de los teléfonos móviles pero no lo he hecho... porque no debo.

 Nota: No me he podido resistir a jalear algunos versos-como-espadas del homenaje y las he metido a cajón en un paréntesis y en cursiva.

domingo, 15 de mayo de 2011

Alejandra no era un nombre

 Alejandra me mira desde el final del pasillo irregularmente iluminado. Se esconde rápidamente en el salón y escucho como se arroja sobre el sofá. Ha sobrevivido al paso de las horas contando los días que nos quedan para marcharnos a aquel lugar al que nunca se llega pero del que tendremos que volver. Coge el mando de la tele aunque de sobra sabe que yo estoy al llegar y no me gusta verla tumbada, iluminada por una luz temblorosa que nunca alcanzará a ver como yo lo hago.

 Y así es, entro en escena sin la necesidad de aparecer porque ella conoce el orden de los hechos. Me echo sobre el otro sofá y la observo, no está radiante pero me empeño en mirarla hasta borrar el austero fondo, las estanterías repletas de libros que si leí no lo recuerdo. Ella se da cuenta, quizá no en este momento sino el primer día que me dediqué a esta actividad que tan inconscientemente realizo ahora, y apaga la tele. Me sonríe porque entonces yo me atreveré (el peso de la rutina) a levantarme sin brusquedad y tumbarme junto a ella. No siempre me coge la mano pero esta vez lo hace, no es que quiera decir nada pero a mí me acaba de generar la confianza suficiente para preguntarle qué tal le ha ido el día. Después me dirán y lo veré claramente que sólo esperaba que ella me preguntase lo mismo, a sabiendas de que sería por mera cortesía. Lo cortés no quita lo valiente y cuando bajamos las persianas dejamos de ser valientes, siquiera cobardes.

 Es el momento, Alejandra. Le digo despacio, paladeando cada una de sus cuatro sílabas. Un nombre largo es en parte un sacrificio que estoy dispuesto a asumir. Le muestro mi punto de vista, que no es mío, es el opuesto al suyo y me olvido de mi manía de rebatir cualquier tipo de argumento independientemente de mi opinión para creerme que todo aquello que no recuerdo era cierto y lo era para mí. Ella me quería y por eso me escuchaba, no lo hacía con la impaciencia del que espera cualquier pequeño inciso, un mili segundo diría Alejandra, para conducir la conversación al punto muerto donde llega el sexo. Le podía interesar lo que le contaba. Pronto me cansé de mí y preferí que me contase ella. Lo hace como más nos gusta a los dos, con las manos vacías y los labios desgastando las palabras sobre su cuello hasta que el lenguaje se nos junta en los fonemas y no sabemos qué decir pero hacemos lo que queremos.

 Rezumas satisfacción y cansancio a partes desiguales sobre el sofá y yo respeto tu momento con una cierta distancia después de haber estado tan cerca. Cuando caes en la cuenta de que es tarde para aguantarme o pronto para dormir te enfundas las bragas con la prisa del que no quiere llegar, quiere salir. Yo ahora no puedo hacer nada, de nuevo el muro que levanté día a día sobre mi ventana me impide hacerme a la idea de lo que pasa por tu mente. Te gusta que no te diga nada, nunca me lo reprochas ni me incitas a que te insista. Tampoco me atrevo a contarte que cuando te marchas me giro hasta reemplazar tu olorosa posición y me quedo así hasta que me llamas para decirme que ya estás en casa y que te lo has pasado muy bien.

 Esta vez no fue así, por eso es que lo cuento. Me quedé sobre su aroma dormido, esperando con desgana una llamada tranquilizadora, aunque creo que sería a ella a quien tranquilizaría pues al decirme que ya está allí se sabe sola, responsable de un silencio que acompasa sus renglones antes de dormir y de un desorden que le daría vergüenza desvelar. Esta vez no fue así te digo, al despertar la intenté localizar sin éxito. Esto se lo agradecí pues no sabría bien qué decirla, no estuve preocupado por su pequeño despiste de no llamarme ni pretendía en aquel momento proponerle revivir los momentos íntimos que compartimos el día anterior bajo un sofá que hoy huele menos, huele peor.

 Me levanto para notar un discreto dolor en las lumbares -por la postura diría mi madre- y también un ritmo rápido en el riego de mi sangre al cerebro que me hace mentar interiormente la copita de vino blanco de más que engullí para perder una vergüenza que mi orgullo ya se había encargado de eliminar. Observo una nota en la nevera, es amarilla:

 "Me cansé de todas tus palabras. Seguir contigo era no saber dónde iba a dormir cada noche, si iba a acabar cansada o contenta, viva o triste, muerta o alegre. La incertidumbre me mató. No me llames porque nunca dejarás de hacerlo. Tú y tu puta literatura"

 Y era ella quien firmaba, aunque eso ya lo supones, era Alejandra.

lunes, 2 de mayo de 2011

Sin muerte en qué vivirme

 Esta manía de saberme ángel,

sin edad,

sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
    Alejandra Pizarnik


Escribir es fácil cuando vivir no lo es tanto. El dolor hace al artista, lo esculpe a base de golpes y llega un momento que no sabes si está tallando, el dolor I mean, tu puta vida o estás haciendo literatura. La literatura es algo menos serio, decides entonces. 

 Entonces, ahora, escribir es fácil. Porque es(toy) jodido. La incompresión es parte del problema y, en mayor medida, de la solución. No tiene sentido morir joven. Yo soy inmortal y tú eres inmortal desde que te conozco. De hecho, prácticamente mi entorno es inmortal en el sentido en que ellos están desde que yo estoy. Y no me siento vulnerable. Me siento débil pero no me siento vulnerable. No concibo mi corazón si no late. Y por eso duele más.

 ¿Dónde está el límite del dolor? ¿El umbral de lo humanamente posible? Humanamente digo... pero no entiendo. El dolor es humano. El dolor es irracional. El humano es racional. Fuck lógica, si a es igual a b y b es igual a c, a y c pueden ser lo que quieran, probablemente nada, en todo caso seguro que no serán iguales. Encuentra de nuevo ese rincón que desconozco de mí y encierra todo esto allí, encierra la ignorancia en la ignorancia. Que la vida sigue y yo no debo encontrar todo lo que prometí olvidar cuando todavía no sabía qué era el olvido. Porque no puedo vivir como si me fuera a morir. No estoy capacitado para ello. 

 Seré breve: esto no se hace. No es necesario el equilibrio. No era necesario contrarrestar todos aquellos momentos de efímera alegría, de gozo pleno, de felicidad desde la segunda línea siquiera de vacuidad, de enfermedad en casa con un vaso de leche fría y un beso caliente, de peleas en el patio con el dolor tan intenso que has derramado en este sitio donde tú ya no estás. Y todavía no he dicho la palabra muerte. Porque no me gusta. Porque no te has muerto. 

 No tengo un homenaje para ti hoy. No lo tendré. Esto es bastante ya. Fue bastante ya.

jueves, 21 de abril de 2011

Tres. minutos.

 Montecarmelo. 15.07.

 Estoy sentado en un vagón de metro azul y gris, línea 10, rumbo a mi hogar. En España no tenemos hogar, tenemos casa. Rumbo a mi casa. Estoy leyendo El estatus. En ese momento llega una mujer de más edad que yo, joven. Es guapa dentro de un cierto orden, está nerviosa. Se sienta sin mirarme, ni a mí ni a nadie. Sé que está nerviosa pero no sé por qué lo está. Por sus rasgos deduzco que es latina, por su mirada no deduzco nada. 

 Vibra el teléfono. Es una Blackberry. No es la mía, aunque lo compruebo. Empieza a llorar la mujer. Saca el móvil de un pequeño lateral del bolso. Lo coge sin mirar quién es. No recuerdo si antes de hablar se aclara la voz. Supongo que sí, porque su voz, estentórea, no suena entrecortada. Es dura, la voz es dura. Tampoco sé cómo una voz puede ser dura o qué tiene una voz para que sea dura. Pero en ese momento aquella voz lo era. No le doy importancia a ella ni a lo que dice pero dejo de leer el libro y disimulo torpemente mientras escucho lo que dice. Llama la atención que ya no llora, mientras habla no llora. Dice que está en Montecarmelo, que ya llega. Se irrita con el paso de los segundos, disminuye la intensidad de su voz. La conversación, que para mí es apenas un monólogo pausado, dura menos de un minuto. Retoma el llanto y, poco después, las lágrimas. Las acompaña, todavía con el teléfono a modo de auricular, con un silencioso: "espera, espera, espérame". Tiene la certeza de que el receptor de aquellos silencios ya no escucha, ya no se encuentra al otro lado. Como si el otro lado estuviese separado por una pared, por un párpado o por una ligera cortina de agua salada. 

 Violenta. Coge el teléfono y lo esconde en aquel lugar de donde quizá no lo tuviera que haber sacado. Se acelera el llanto y el espérame deja paso al por qué, como una pregunta que no espera una respuesta sino un signo de interrogación. Caigo en la cuenta de que todavía no hemos llegado a la siguiente estación, de que soy el único del vagón que presta atención a la mujer que se sienta a mi derecha y de que el teléfono vuelve a vibrar. 
tumblr_lbdaqn62uG1qzr53co1_1280 (Interrumpo la narr-acción para compartir ahora contigo, jodido lector, el dolor que en el aquel momento compartí con ella. El.pequeño.dolor que quizá, sin que ella lo percibiese, le alivié al quitárselo, al quedármelo para mí. Desconocía quién estaba al otro lado, ni siquiera fabulé con quién sería. Algo que haría durante el trayecto que estuve sin esa pequeña parte de ese pequeño.dolor, durante ese trayecto en el que ella no estaba allí para no decirme que tenía un pequeño.dolor agrupado en el costado, o en el aliento, o en los ojos. De hecho, no. No alivié el pequeño.dolor de la mujer, ni siquiera tuve la posibilidad de hacerlo entregándole el pañuelo que nunca llevo en la solapa o preguntándole con una mirada sincera si necesitaba algo. Mejor, porque no me hubiera atrevido. Entonces esta interrupción consiste en decirte a ti, ahora, lo que no le pude decir a ella, allí. Y te digo que no te digo nada que tú no puedas ver. Que ves que tuve ese pequeño.dolor. También.)

 Se levantó con el zumbido del móvil vibrando contra el lateral. Movía una pierna al ritmo de un compás desafinado. Seguía.llorando. Miró el reloj tres veces en muy poco tiempo hasta que decidió quedarse mirando el reloj. Por la megafonía sonó aquella voz anunciando que llegábamos a Las Tablas. Ella no levantó la vista. Cuando llegamos se abrieron las puertas aunque ella ya llevaba con la mano en el botón que las accionaba desde antes de que entrase la luz, artificial, de la estación. Echó a correr. Tranquilamente. 

 Puedes preguntarte ahora si era su amante quien la estaba esperando fuera de la estación, o quizá no. Podía haber sido un amigo de una amiga de su prima, que le había prometido papeles. Es probable que no fueran ninguno de estos dos. No hizo falta saberlo para dejar el vagón más vacío. Para dejarme a mí con ese pequeño.dolor y ese gran.interrogante. 

 Las Tablas. 15.10.

sábado, 9 de abril de 2011

(...no es lineal, el progreso, por tanto)

 There was a saviour
 Rarer than radium
   Dylan Thomas


El vaso está vacío. Hay un hombre que está humanamente solo. Quieres decir que está solo. Mira a su alrededor, y ve humo y huele a porro. It's not so bad. Los ojos rojos de la risa, de la mierda, de la vida, de la droga. Se ríe. Ríe tanto que no sabe por qué lo hace. Nos hace gracia a todos ese no-saber. Nos reímos con él como si aquello fuera con nosotros. Definitivamente, no va con nosotros. Ahora mismo él está con nosotros pero este silogismo no es reversible. Apura el porro hasta que se quema los dedos y se ríe. Como si reírse y quemarse fueran lo mismo, apurar un nombre que no acaba de ser el suyo. Todo el humo viene de la combustión de aquella hierba pero observa demasiado humo. No necesito beber para deformar la realidad. Él me la deforma. Para vosotros o, quizá, para mí. íPara ser como no querría que fueran los demás. (...el progreso no es lineal...)

 Cambio de persona, como de vaso. La música machaca. Se vuelven a reír esos ojos rojos que me hablan de un lugar. De un lugar donde... ¿o era un lugar cuando? El lugar cuando evadir la realidad es convertirla. Ingiere la realidad, a atracones. Eso no va con él, traga el vacío que olvidamos entre el tiempo y el espacio. Como si nunca hubiese llorado por encima de todos aquellos cuerpos. La casa sigue encendida. Ebria. Encendida. Estalla su risa otra vez. Ves talento donde sólo se puede ver desesperación. Evadirse es una forma de encontrarse. Drogarse es una forma de evadirse. Reírse es una forma de drogarse. Una y otra vez, rompe la lógica con esa risa estridente. Él lo hace, le mira a los ojos fuertemente. Cree, entonces, que las miradas son fuertes como débil será él cuando vuelva. Como se sostiene una paloma antes de que su mierda te manche y la dejes volar. Vuelo de capa caída. Chistes de nazis, chistes de negros, chistes malos. Yo nunca vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura. He visto las mentes más capaces destruidas por el placer, la obesidad, el sexo y la muerte. María también es nombre de mujer. "Disfrutar de cada uno de los pliegues" oyes eso, tendría gracia si no fuera porque también tiene anulado el sentido del humor. Grandes gramos. (...el progreso no es lineal...)

 "¿Me estás vacilando? ¿No me puedo creer que me estés vacilando?" Adiós. Es más fácil llevarlo así. Natural como la vida misma. Sales a la calle. Cierras la cartera y abro aquellos versos. Vosotros componéis la melodía del hastío y la muerte. Obsesiones. Ayer todavía fuiste un adolescente cuando marchaste con todo el futuro por delante. Lo querías todo y te quitaron demasiado. Acógete ahora que me acoges. Acógete ahora que coges cada pedo como un pequeño suicidio que te ataladra. Más. Y. Más. Adentro. Fue una mano o un sonido. Un nuevo chiste sobre negros. Adolf Hitler. Habláis de él como si no fuera maricón. Como si... nada. Te acoges al tupé descabellado, a la sonrisa perfecta, a la mirada perdida. Contigo tengo la sensación, de que todavía se puede hacer algo. Acercarse. La destrucción o el amor. Más bello que el radio. Rarer no es radio, ni raro. El etanol y su impureza. Alcohol. Alcohol de quemar. Y sus putas mezclas azeotrópicas. (...el progreso no siempre es lineal...)

 Y entonces qué. Espero que vengas y me hables del frío. Saber lo que sientes o sentir lo que sientes. Conocimiento o empatía. Tots els infants perduts estan tornant. Pensaba que deberías saberlo. (Por tanto...)

 El hombre apura el vaso, humanamente solo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Fabulosas narraciones por historias, Antonio Orejudo

 Escribir en España es follar
 Antonio Orejudo

El título es una mierda. El título es una mierda porque deja de serlo cuando te has leído el libro. Entonces, el título es una mierda, el libro no. Podríamos (quién-ES?) plantear el novedosísimo debate acerca de la publicidad y el marketing en la literatura pero es que está muriendo mucha gente en Costa de Marfil (no era Libia? Yemen? la isla Perejil?) y me da mucha pena. No, los niños que se mueren de hambre también me dan pena pero no tanta.

 Orejudo se inventa un poco la Historia de España y los gafapastas entorno a la década de los 30 del siglo pasado. Esto está bien porque así aprendéis Historia de España, aunque sea inventada. Es divertido también ver como todas las novelas de los "jóvenes" (o no) escritores tratan sobre escritores. Quien lea este tipo de relatos.largos.para.ganar.concursos novelas y contextualizar así el momento que vivíamos en la "recesión económica de principios" se pensará que éramos todos escritores. Y así nos fue. Y así nos va. Orejudo habrá gustado mucho a sus amigos (escritores) y a su editor (que probablemente sea también escritor) y a sus alumnos pre-filólogos (escritores) con su guiño a los límites de la literatura, a la frontera entre la realidad y la ficción. Por lo demás, el título no pasará a formar parte de las obras que deben subrayar todos esos fracasos escolares en sus libros de ciudadanía y literatura y lengua y religión. Tampoco los del superBachillerato. Es que eso no depende de mí.

 Me ha gustado. También he aprendido Historia de España, sólo que no necesito que se la inventen por mí (pero sí que me la cuenten). Me quedo con que la Residencia de Estudiantes era un lugar para futuros grandes hombres (militares de pacotilla, escritores de pacotilla, anarquistas de pacotilla, borrachos de verdad...) y ahora residen hasta deportistas de élite. Por eso ya no follan.

 Escribir en España es follar. Orejudo Dixit.

sábado, 2 de abril de 2011

Quod me nutrit me destruit

es un dios en la sombra
rezándole a la sombra

Leopoldo María Panero




 Fiebre del viernes noche and all that shit. Y me convierto. Me convierto en:

 Escribí un poema a los cinco años para que mi madre llorara un poco. Dije algo así como

 Los soldados se lanzan al abismo
uno
a
uno
para verme morir

 Claro, mi madre lloró, porque es un poco débil y le gusta más llorar que divertirse. Mi padre, en cambio, no lloró. Ya no estaba conmigo, cortamos relaciones al poco de mi nacimiento. Me caía bien, sigo pensando que como le vea le mato. Era un buen tipo, por eso me dejó tirado con una madre, idiota. Conclusión: que me hice poeta. Poeta terminal, de los que beben ginebra en petaca por el Centro y dicen que es absenta, de los que se meten con la literatura porque duele (Jódete, Jodorowsky), de los que escriben dándolealintro.de.vez.en.cuando. Poeta terminal. Y mi madre no lo entendió porque estaba llorando. Y mi padre no lo entendió porque no estaba. 

 Y así pasaron los años, se metían en el colegio conmigo porque empecé con Niezstche a los 9 y seguí con Rimbaud, con Mallarmé y con todos esos locos. Me creí el anticristo, empecé a vestir de negro, descuidadamente negro. Me cansé pronto, empezó la masturbación. De esto todavía no me he cansado. Y entonces lo leí todo. me gustas cuando callas / porque pareces gilipollas. Mi adolescencia la recuerdo con cariño. Lo poco que recordamos y le llamamos pasado. Perpetré un par de violaciones, motu propio in comandilla (sic). El sexo no me convenció. En España se vive obsesionado con el sexo. De ahí tanta alabanza al Quijote y al Lazarillo y a Lope de Vega. Escuché música pero el cd es un método anticonceptivo y los conciertos son ruidosos. Ruido, cerca del infierno. 

 Los siguientes años los recuerdo por Yon, Maik, el Sartre, Leo, Abdul, Hess y todos esos yonkis que me pasaban coca y me dejaban libros. No creo en la psiquiatría, no creo en la antipsiquiatría. Mi relato comenzó a deshebrarse, desquebrajarse, poco a mucho. Me puse de lado de la locura para no acabar como ellos. Me tiré un año lijando una bala con forma de fresa pero me pudo el peso de la originalidad. Y la tiré. Conocí el infierno por los nombres de las drogas que me daban. Los mismos nombres de antes, esta vez con bata. Canarias era un psiquiátrico, Madrid era un psiquiátrico, España era una cárcel. Internamiento. Voluntario, piensas.

 Fiebre del viernes noche. Y llegas. Te ponemos del lado de la noche. Mejores galas. Entras en aquel agujero llamado Nevermore. Y bebes, y sigues bebiendo. Morir en un water de Tánger / con mi cuerpo besando el suelo / fin del poema y verdad de mi existencia.

 Y, de repente, dudas (cogito ergo shut the fuck up). No recuerdas si tu madre era idiota, tu padre un hijoputa, tú un violador... No lo recuerdas. Ojalá no fueses un poeta terminal.

lunes, 28 de marzo de 2011

Vuelva usted mañana

Alguien debe firmar este silencio.
Pon tu nombre, como si no supieras
que él también se irá.
Javier Vicedo Alós



 Entonces yo iba a empezar a hablar de mi blog. (Esta frase no siempre tiene que acabar en libro). Iba a ensalzar a los valientes que me siguen y a los cobardes que me seguirán ahora que ya es muy fácil (too easy, t. e.). Es fácil tener seguidores, puedes tener amigos y pasarle tu obra maestra obligándoles a que la comenten y también puedes tener enemigos. Yo no los tengo, claro, soy un cabrón. Así que como no los tengo, los creé (debo ser un poco genio). Un comentario sarcástico por aquí (que no entiendes), un comentario cínico y dolorido por ahí (que no entiendes), un comentario inteligente por allí (que no entiendes) y así empieza mi historia de cómo hacer quinientos millones de seguidores sin tener algunos enemigos. Pero la frase la he tenido que buscar en google porque no tengo amigos para pasarles mi blog pero tengo amigos para no ver la red social. Porque a mí me importa una mierda David Fincher y ellos ni lo conocen. 

 Entonces yo iba a hablar de esto y de cómo una cosa te lleva a la otra y de lo fácil que es meterte con alguien al que admiras porque no le vas a decir que le admiras. Joder. No es tan difícil de entender. Entonces. Pero me aparecieron esos versos y pensé (y yo qué sé si lo pensé) que quedarían niquelados (guiñoguiño a la práctica sobre compuestos de coordinación del níquel de esta tarde) en mi blog. Y ya van tres veces que digo blog, con esta cuatro. Pero tenía los versos, no el poema. Y como citar es sacar de contexto no me importó. Que escribáis, que pongáis un nombre a este anonimato. Lo que sí hice fue guglear al poeta y claro, es joven, o sea, un poco, malo, por, supuesto. Tiene muchos años ya para ser universitario por eso estudia Filosofía. En Madrid, capital de la gloria. 

 A mis groupies, al tipo este que no sé quién es (Javier Vicedo) y a todos esos blogueros que me admiráis. Aunque no todavía. Escribir en Madrid es llorar, es buscar su voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta.

 Esto podía haberlo escrito yo solo que mi estilo nunca ha sido suicidarme. Besos, Larra. Vuelva usted mañana.

domingo, 27 de marzo de 2011

Inadvertencia

 ese sitio donde estáis todos continuando
las cosas que quedaron a medias
en los bares que quedaron vacíos.
Pero yo no continúo en Facebook,
yo continúo por mi cuenta.
                            Samuel Yebra


 Desde muy temprano, tuve un blog. Quiero decir que ayer fue tarde. Habemus blog. 


Y al que advierta, patada en los cojones
 Habemus blog y una hora menos de sueño. Yo no quería, iba a hacerlo poco a poco pero jodido mundo 2.0 cambia la hora sin preguntar sola. Con Jesús esto no pasaba. Mientras, en esa hora perdida repaso RAE a ver qué dice de inadvertido, repaso google (imágenes) a ver qué dice de inadvertido, repaso a Orejudo a ver si dice inadvertido. Por la hora menos de sueño y el petróleo de Gadafi que no tendremos y por la mujer que tira del brazo a Bob Dylan, por los parados, por el cáncer, por follar (si eso) un poco más, por joder: habemus blog.