martes, 17 de mayo de 2011

Quique González, Revolución y mi-amigo-píter

 "Cuando pienso en 'Salitre 48' no pienso en una calle; pienso en una playa, en carreteras secundarias, en un hotel de Conil de la Frontera, en un par de botas sucias, en puentes que se cruzan en ambos sentidos, en un café en el puerto de Mahón, en un ron con coca-cola en el 'Wild Thing', en una bandada de gaviotas en la costa del norte, pienso en primavera, pienso en un otoño de párpados caídos, en un libro de poemas de Bukowski, en un atardecer en Porto Colom, en una colección de lunas llenas, en una verbena de barrio, pienso en mis amigos y en Violeta, en un verso de García Montero que dice "vivir es ir doblando las banderas". Pienso en bailarinas, en camareras, en peluqueras, en agentes de policía, en cantantes de orquesta, en Susan Sarandon en la última escena de 'Atlantic City', en Darío Grandineti en 'El lado oscuro del corazón', pienso en septiembre, pienso en hierba, en olivos, en lolitas de extrarradio, en pájaros mojados, en clubs destartalados, en una estación de tren. Pienso en sesión de madrugada, en viernes por la noche, en una montaña rusa, en ropa interior tendida al sol, en aviones que despegan, en Madrid amaneciendo tras una noche de copas, o caminando por una Barcelona solitaria el día de Navidad. Pienso en un billete de ida a la ciudad del viento, en el sol entrando por la ventana de una casa desvencijada por los ladrones, en un piano tocado con dedos de cemento mientras afuera pasa el Carnaval. Cuando pienso en 'Salitre 48' oigo tus pasos subiendo la escalera de madera, cruzar el pasillo, llamar a la puerta, entrar en casa..." 
Quique González 



Joder, tengo ganas de contar algo. Esto no me suele pasar pero no dejaré pasar la oportunidad por inusual. De todas  formas, uno no puede (ni muchas veces, debe) contar lo que quiere y acaba escribiendo lo que puede.

 Primero, la revolución. La revolución es muy bonita y la entendemos todos. Hay un dictador muy malo que el pueblo no quiere y entonces este grupo heterogéneo sale a la calle y dice que no le quiere. Si estamos en el siglo veintiuno pues también tenemos mujeres en la calle y los medios se mueren por sacarlas en sus cámaras más caras que la renta per cápita en ese deslocalizado país de la geografía política. Esta es una teoría, nivel A. Si llegamos un paso más pues quizá se dé el caso de que, aunque el dictador es feo y tonto y tiene un harén pues es posible que no todo el pueblo esté en contra (Y todo lo demáaas, y todo lo demás no importaaa) porque a alguien le tiene que ir bien y entonces a otros países les viene bien que ya no esté ese dictador. Claro coño, este nivel también lo pillamos todos.

 Yo, que debo ser algo tonto (si alguien supiera que estoy citando a Gabriel Celaya yo parecería más tonti-culto), entonces me pierdo y me repierdo en el siguiente paso que llega cuando trasladamos ese escenario de pobreza, opresión y violencia a España, es decir, Madrid, es decir, mi casa. Y no entiendo nada. Mi conocido pasa a convertirse en mi amigo y lo veo por la tele en las noticias de todos los canales (no te creas). Pienso pues, pero si es mi-amigo-piter, mírale qué bien habla aunque todavía no ha aprendido a hacer la p con la r sin parecer un gangoso. Esto está bien y hacen las noticias más interesantes porque además Strauss-Kahn tiene un nombre de malo de Disney y me cago en su puta madre, qué cerdo, pudiendo violar a una niña... va y viola a una camarera. Y falla. 

Al tema, que ahí no veo revolución, que aquí no puede haberla porque es mi-puto-amigo-píter (ayer quemé mi casa con discos de Bob Dylan), el mismo con el que estuve la semana pasada viendo como su vida se reducía a los porros de los viernes y los sábados (porque no le da para más) y al que Yeats, Juan Ramón Jiménez y Bécquer (ya, no tenías buen gusto, qué se le va a hacer) dejaron de interesar porque ya esas cosas no tenían gracia. Mi-amigo-píter se aburre porque no tiene familia pero tiene amigos y tiene internet así que pasan tuentieventos para encontrar a más amigos que se aburran. Todo este grupo heterogéneo (hoy noooo, hoy no me detendrán) decide reunirse en un mismo sitio. En un mismo sitio en cada ciudad. Y lo llaman manifestación. Se lo pasan bien, rompen cosas y es muy divertido porque va la tele. Al día siguiente, algún cerebro del más alto estrato dentro del grupo decide que por qué no una de acampada en la calle, de vivaq. Y así esto no se lo copiamos a los africanos, esta idea es más nuestra (porque se la copiamos a otros que ya están viejos).

 Este relato de los hechos totalmente imparcial y objetivo (venga, no jodas), bueno, pues parcial y objetivo (gracias) es claro y hasta aquí lo entiende incluso la materia gris que se oculta en la uña del meñique de mi pie (me sobran motivos, pero me faltas tú sobre la cama). Lo que yo no entiendo, que debo ser algo tonto, es dónde está eso que llaman ahora revolución o qué es eso de democracia real (y encima, ya... lo quiero y lo quiero YA) o quién dice que este grupo es la nueva izquierda... Que la sociedad está cansada de los políticos está claro, de ahí que Berlusconi siga siendo el italiano número uno, pero, ¿quién se inventa todos estos términos? Y razonamiento de nivel b: ¿a quién le interesa esta revolución de pacotilla?(no hay nadie que se atreva a salir). Yo no lo sé, pero mi-amigo-píter tiene sus minutos de gloria y el tuenti lleno de fotos a lo CR7 con los micrófonos y muchas visitas. Dicen que te vas a hacer twitter.

 Yo quería decir, más o menos, otra cosa que no era ésta. Pero no sé hacerlo. También iba a hablar de Quique González mientras escuchaba el homenaje a Salitre 48 en radio3 o he estado tentado a hablar de mí y de los teléfonos móviles pero no lo he hecho... porque no debo.

 Nota: No me he podido resistir a jalear algunos versos-como-espadas del homenaje y las he metido a cajón en un paréntesis y en cursiva.

domingo, 15 de mayo de 2011

Alejandra no era un nombre

 Alejandra me mira desde el final del pasillo irregularmente iluminado. Se esconde rápidamente en el salón y escucho como se arroja sobre el sofá. Ha sobrevivido al paso de las horas contando los días que nos quedan para marcharnos a aquel lugar al que nunca se llega pero del que tendremos que volver. Coge el mando de la tele aunque de sobra sabe que yo estoy al llegar y no me gusta verla tumbada, iluminada por una luz temblorosa que nunca alcanzará a ver como yo lo hago.

 Y así es, entro en escena sin la necesidad de aparecer porque ella conoce el orden de los hechos. Me echo sobre el otro sofá y la observo, no está radiante pero me empeño en mirarla hasta borrar el austero fondo, las estanterías repletas de libros que si leí no lo recuerdo. Ella se da cuenta, quizá no en este momento sino el primer día que me dediqué a esta actividad que tan inconscientemente realizo ahora, y apaga la tele. Me sonríe porque entonces yo me atreveré (el peso de la rutina) a levantarme sin brusquedad y tumbarme junto a ella. No siempre me coge la mano pero esta vez lo hace, no es que quiera decir nada pero a mí me acaba de generar la confianza suficiente para preguntarle qué tal le ha ido el día. Después me dirán y lo veré claramente que sólo esperaba que ella me preguntase lo mismo, a sabiendas de que sería por mera cortesía. Lo cortés no quita lo valiente y cuando bajamos las persianas dejamos de ser valientes, siquiera cobardes.

 Es el momento, Alejandra. Le digo despacio, paladeando cada una de sus cuatro sílabas. Un nombre largo es en parte un sacrificio que estoy dispuesto a asumir. Le muestro mi punto de vista, que no es mío, es el opuesto al suyo y me olvido de mi manía de rebatir cualquier tipo de argumento independientemente de mi opinión para creerme que todo aquello que no recuerdo era cierto y lo era para mí. Ella me quería y por eso me escuchaba, no lo hacía con la impaciencia del que espera cualquier pequeño inciso, un mili segundo diría Alejandra, para conducir la conversación al punto muerto donde llega el sexo. Le podía interesar lo que le contaba. Pronto me cansé de mí y preferí que me contase ella. Lo hace como más nos gusta a los dos, con las manos vacías y los labios desgastando las palabras sobre su cuello hasta que el lenguaje se nos junta en los fonemas y no sabemos qué decir pero hacemos lo que queremos.

 Rezumas satisfacción y cansancio a partes desiguales sobre el sofá y yo respeto tu momento con una cierta distancia después de haber estado tan cerca. Cuando caes en la cuenta de que es tarde para aguantarme o pronto para dormir te enfundas las bragas con la prisa del que no quiere llegar, quiere salir. Yo ahora no puedo hacer nada, de nuevo el muro que levanté día a día sobre mi ventana me impide hacerme a la idea de lo que pasa por tu mente. Te gusta que no te diga nada, nunca me lo reprochas ni me incitas a que te insista. Tampoco me atrevo a contarte que cuando te marchas me giro hasta reemplazar tu olorosa posición y me quedo así hasta que me llamas para decirme que ya estás en casa y que te lo has pasado muy bien.

 Esta vez no fue así, por eso es que lo cuento. Me quedé sobre su aroma dormido, esperando con desgana una llamada tranquilizadora, aunque creo que sería a ella a quien tranquilizaría pues al decirme que ya está allí se sabe sola, responsable de un silencio que acompasa sus renglones antes de dormir y de un desorden que le daría vergüenza desvelar. Esta vez no fue así te digo, al despertar la intenté localizar sin éxito. Esto se lo agradecí pues no sabría bien qué decirla, no estuve preocupado por su pequeño despiste de no llamarme ni pretendía en aquel momento proponerle revivir los momentos íntimos que compartimos el día anterior bajo un sofá que hoy huele menos, huele peor.

 Me levanto para notar un discreto dolor en las lumbares -por la postura diría mi madre- y también un ritmo rápido en el riego de mi sangre al cerebro que me hace mentar interiormente la copita de vino blanco de más que engullí para perder una vergüenza que mi orgullo ya se había encargado de eliminar. Observo una nota en la nevera, es amarilla:

 "Me cansé de todas tus palabras. Seguir contigo era no saber dónde iba a dormir cada noche, si iba a acabar cansada o contenta, viva o triste, muerta o alegre. La incertidumbre me mató. No me llames porque nunca dejarás de hacerlo. Tú y tu puta literatura"

 Y era ella quien firmaba, aunque eso ya lo supones, era Alejandra.

lunes, 2 de mayo de 2011

Sin muerte en qué vivirme

 Esta manía de saberme ángel,

sin edad,

sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
    Alejandra Pizarnik


Escribir es fácil cuando vivir no lo es tanto. El dolor hace al artista, lo esculpe a base de golpes y llega un momento que no sabes si está tallando, el dolor I mean, tu puta vida o estás haciendo literatura. La literatura es algo menos serio, decides entonces. 

 Entonces, ahora, escribir es fácil. Porque es(toy) jodido. La incompresión es parte del problema y, en mayor medida, de la solución. No tiene sentido morir joven. Yo soy inmortal y tú eres inmortal desde que te conozco. De hecho, prácticamente mi entorno es inmortal en el sentido en que ellos están desde que yo estoy. Y no me siento vulnerable. Me siento débil pero no me siento vulnerable. No concibo mi corazón si no late. Y por eso duele más.

 ¿Dónde está el límite del dolor? ¿El umbral de lo humanamente posible? Humanamente digo... pero no entiendo. El dolor es humano. El dolor es irracional. El humano es racional. Fuck lógica, si a es igual a b y b es igual a c, a y c pueden ser lo que quieran, probablemente nada, en todo caso seguro que no serán iguales. Encuentra de nuevo ese rincón que desconozco de mí y encierra todo esto allí, encierra la ignorancia en la ignorancia. Que la vida sigue y yo no debo encontrar todo lo que prometí olvidar cuando todavía no sabía qué era el olvido. Porque no puedo vivir como si me fuera a morir. No estoy capacitado para ello. 

 Seré breve: esto no se hace. No es necesario el equilibrio. No era necesario contrarrestar todos aquellos momentos de efímera alegría, de gozo pleno, de felicidad desde la segunda línea siquiera de vacuidad, de enfermedad en casa con un vaso de leche fría y un beso caliente, de peleas en el patio con el dolor tan intenso que has derramado en este sitio donde tú ya no estás. Y todavía no he dicho la palabra muerte. Porque no me gusta. Porque no te has muerto. 

 No tengo un homenaje para ti hoy. No lo tendré. Esto es bastante ya. Fue bastante ya.